lunes, 18 de febrero de 2013

Plumas: ¿dónde paramos? (I)

Está claro que no vemos a los dinosaurios hoy en día como los veían los primeros científicos que estudiaron sus huesos en el siglo XIX, ni como hace 100 años, ni como hace 50. Pero tampoco los vemos hoy en día como hace 10 años. Y esto es debido en gran parte a los cada vez más frecuentes hallazgos de dinosaurios emplumados (en mayor o menor medida). Hace unos años habría sido impensable pensar que animales tan icónicos como Tyrannosaurus o Triceratops pudieran presentar algún tipo de cubierta filamentosa, o que esos inteligentísimos monstruos reptilianos que Spielberg llamó velocirraptores en realidad fueran prácticamente rapaces. Pero así es, y esta historia comienza, como muchas otras en el campo de la biología y la paleontología, con Archaeopteryx.

Archaeopteryx litographica, el ave más antigua conocida (aunque hoy en día ni de eso estamos seguros :P), fue descubierta en el yacimiento alemán de Solnhofen en 1861. El espécimen era... ¡una pluma! Afortunadamente, ese mismo año se encontró un esqueleto muy completo que fue atribuido también a nuestra ave jurásica. Ya entonces observaron que era un animal singular, afirmando que presentaba características compartidas con reptiles y con aves. Habiéndose descubierto dos años después de la publicación de "El Origen de las Especies", de Darwin, se convirtió rápidamente en un claro ejemplo de fósil transicional y en una prueba del hecho de la evolución.

El ejemplar más completo de Archaeopteryx (también conocido como el Espécimen de Berlín), descubierto en 1874. Se aprecian a la perfección las impresiones de plumas en las extremidades anteriores y la cola.

Thomas Huxley, conocido como "el bulldog de Darwin", llevó a cabo varios estudios en los que comparaba a Archaeopteryx con distintos reptiles prehistóricos, y los resultados le llevaron a afirmar que descendía de los dinosaurios. Esta fue la idea imperante durante lo que restó del siglo XIX, hasta que a principios del siglo XX Gerhard Heilmann publicó los resultados de sus estudios, en los que se afirmaba que, puesto que ciertos grupos de reptiles primitivos presentaban clavículas fusionadas (al igual que las aves) pero no así los dinosaurios (en realidad, no se habían descubierto todavía), las semejanzas entre ambos debían ser causa de convergencia evolutiva (defensor de la Ley de Dollo, creía que la evolución no se podía revertir). Así pues, las ideas de Huxley fueron desechadas, y durante 50 años se pensó que las aves provenían de algún grupo de reptiles tecodontos...

Y entonces llegó Deinonychus. El descubrimiento en 1964 de este dinosaurio terópodo es otro de los grandes hitos en la paleontología de dinosaurios. John Ostrom, descubridor y autor del trabajo original, puso de manifiesto las enormes semejanzas entre este dromeosaurio y las aves modernas (y, por supuesto, también Archaeopteryx). Unido a la aparición y desarrollo de la metodología cladística, se convirtió en la prueba irrefutable del origen dinosauriano de las aves. Y, además, empezó a derribarse la visión de los dinosaurios como animales enormes, lentos y tontos, para dejar paso a la idea de que eran animales activos, de sangre caliente, tremendamente dinámicos y más inteligentes de lo que se pensaba. Con Deinonychus se puso de manifiesto la estrecha relación entre los dromeosaurios y las aves y cambió la forma de ver a los dinosaurios. Con Deinonychus, empezó la Dinosaur Renaissance.

John Ostrom y Deinonychus antirrhopus.

Habiendo quedado establecido de forma tan clara que las aves pertenecían a un grupo muy concreto de dinosaurios, algunos artistas empezaron a realizar ilustraciones que durante mucho tiempo fueron controvertidas. Greg Paul, primero, y posteriormente Luis Rey (entre otros), parecían creer que si había tanta relación entre estos animales no tendría porqué haber razones para que no compartieran ciertas características. Como las plumas, por ejemplo. Durante años sus dibujos se llenaron de crías cubiertas con plumón y manirraptores cada vez menos escamosos ante la incrédula mirada de mucha gente, que veían sus dibujos como provocadores.

Una ilustración de Greg Paul de 1987 que muestra una pareja de Velociraptor ligeramente emplumados.

Y no era de extrañar. Al fin y al cabo, por mucho que las aves descendieran de otros dinosaurios, no había ni una sola prueba de la presencia de plumas en dinosaurios no avianos, ¿verdad? Efectivamente, esto era así, hasta que en 1996 se encontró en China el fósil de un pequeño terópodo no aviano con lo que parecían estructuras filamentosas cubriendo su cuerpo. Pero de eso hablaremos en la siguiente entrega.


2 comentarios:

Das Ravest Universum dijo...

Irrefutable? Tal vez hace medio siglo atrás. Porque hoy sabemos que el clado Maniraptora aparentemente evolucionó a raptores del Cretácico Tardío como Velociraptor Mongoliensis o Deinonychus Antirrhopus los que perdieron el hueso fusionado tarso metatarso que tienen todas las aves. Y ahora tenemos a Asteriornis maastrichtiense del Cretácico tardío, hace 66,7 millones de años, como posible ancestro del pato y la gallina. Según el paleontólogo Phil Bell, Juravenator que casi fue clasificado como Maniraptora, era un compsognátido con escamas sensoriales ISO similares al cocodrilo, Sinosauropteryx también tenía escamas en la cola e impresiones de órganos internos parecidos al cocodrilo. El fisiólogo John Ruben planteó en 1999, según las impresiones de los órganos, que los dinosaurios teropodos poseían un sistema respiratorio de "Pistón hepático", como los cocodrilos. Demás está decir que las espinas de las iguanas son una clase de filamentos. Los dinosaurios tenían más analogías con los reptiles que con las aves.

Das Ravest Universum dijo...

Y demás está decir que los filamentos de dinosaurios son cerdas tubulares sin barbas en la base, a diferencia de las filoplumas y bridas. De hecho, los filamentos de Psittacosaurus van en el mismo orden, uno detrás del otro, análogamente a las espinas de la iguana, caso similar entre las piezas dentales de Iguanodon y la iguana.